Elden Ring y el regreso al lamento en el videojuego.
Me gustan los desafíos, aunque perpetre un crimen cada vez que me planteo afrontar un juego de FromSoftware. Siempre juro que voy a tomarme un tiempo y, al final, acabo retornando a los brazos de Miyazaki y su equipo. Con este tipo de experiencias soy muy dado a ese tipo de frustración que te hace dejar las cosas para el año que viene. O no he visto la luz al final del túnel, o ha pasado el tiempo suficiente como para cansarme e interesarme por otras cosas. A lo mejor es todo a la vez. ¿Para qué vuelvo, entonces? Me atrapan sus atmósferas, supongo. Cada lugar expresa una forma de entender la tragedia y la decadencia, desde lo más fantasmal y oscuro a lo más olímpicamente glorioso. Es una buena razón por la que volver. ‘Elden Ring’ me ha traído de regreso.
Contemplar el lamento. Construir el lamento
Al final del recorrido de cada espacio, late la raíz que ha impregnado a todo el lugar de su esencia en forma de jefe final. Un jefe final alegoría de sí mismo y de su condición dramática que, sin saber muy bien por qué, ahora entiendes mejor. Justo antes de encontrarte con la cápsula que encierra a ese último enemigo, has hecho un viaje por un exterior cargado de identidad. Es parecido a estudiar a una persona, desde afuera hacia adentro, hasta el origen de su pesar. Es un proceso que no sé si podría entenderse como empático, pues las obligaciones de los Sinluz parecen pasar por encima. Se asemeja a ver a alguien llorar sin entender muy bien la razón de sus lágrimas. Tienes que leer sus ojos, los labios y las cicatrices, a la vez que sabes que no hay consuelo posible. Solo queda ofrecer un final incierto.
No estamos hablando de una narrativa ambiental que se lea de una manera reconociblemente simbólica. Es una que hay que leer desde el desconocimiento y la desorientación. Hay que avanzar hacia adelante con esa especie de destino que se te ha encomendado tras regresar de la muerte. Un destino que se va descubriendo conforme nos acercamos a él. Es otro tipo de poética, basada en núcleos pertenecientes a ciertos tipos de naturaleza más que en emociones alegorizadas. En todo caso, la alegoría no acude a nuestro previo conocimiento sobre lo popular, sino que se alimenta de la cosmovisión de las Tierras Intermedias, la cual tendrás que descifrar haciendo una lectura particular de lo que te envuelve. Es un viaje genuinamente contemplativo, y me da la sensación de que ‘Elden Ring’ ha liberado esa energía que yo encontraba en los ‘souls’, para darle un significado más puro.
Perdido entre preguntas
Lo que antes se reducía a miradores, pasillos y grandes salones, ahora desparrama la vista hasta confundir tu propia ubicación. Las Gracias Perdidas son señales de tráfico fallidas que indican una dirección de tres caminos posibles. Entre el destino y yo existen tantas posibilidades de encontrarme con él o de acabar en otra dirección y, a cualquier punto cardinal que decidas mirar, aparece una estampa que merece quietud, lectura y muchas preguntas. La luz que pasa a través de los árboles, la hierba siendo víctima de una violenta ráfaga de viento, un infinito campo castigado por la batalla, el
Árbol Dorado siendo testigo de la inmensidad de las Tierras Intermedias y poseedor de lo último que puede brillar. Nada tiene una respuesta para ti, pero no tienes más remedio que seguir adelante.
Los rincones y recovecos de este mundo son destinos igual de válidos que los grades señores del Círculo de Elden para la diégesis. Allá a donde vayas, tu Sinluz seguirá siendo Sinluz, y no un mero avatar. Por mucho que te empeñes, tu camino sigue perteneciendo al sendero previsto, al margen de que tu búsqueda de un buen fondo de pantalla se haya realizado con encomiable éxito. Ese lugar que ahora estará en tu monitor, sabrá la Voluntad Mayor cuánto, permanecerá como ese momento que dejó una marca, para la maravilla y para la tristeza, para el asombro y para la perdición. Cuanto más deambulo, cuanto más perdido me siento y cuanto más se enredan los sucesos, más humana es la vuelta a la no-vida de este Sinluz, que se ha convertido, a mi juicio, en ese vagabundo emocional con el que Fromsoftware necesitaba encontrarse.
Un dolor mudo
Ya lo habían conseguido antes. Los que hacen un camino en cualquier ‘souls’ son sintecho de lo sensible, azorados silencioso, que se expresan únicamente a través de hacer escrituras detalladamente ilustradas sobre la muerte. Pero tengo la sensación de estar más seguro sobre lo desolador. ‘Dark Souls III’ sonaba a ‘Mirror Reaper’ (Bellwitch, 2017). ‘Elden Ring’ añade a ‘A Body’ (The Body, 2010), a la lista de la reproducción, texturizando con una capa más luminosa, extendida en el tiempo y en un creciente ascenso en su tributo a la divinidad para, de forma repentina y sufrida, romperla y dejarla llorar. Esto ya sonaba de fondo en la saga ‘souls’, y ahora está desencadenada.
No he podido llegar a la conclusión de este viaje – vete a saber si seré capaz-, pero sus precedentes dibujaban en el aire alientos que, desde los primeros instantes, siento más vivos. La expresión del escenario ruge y cruje hasta donde alcanza la vista. Su roca extiende sombras con un extraño origen y se mezclan con la sacra antigüedad de sus construcciones más celestiales en ese contraste que ya conocemos y, sin embargo, el sentimiento es diferente. Ahora estás abandonado de verdad, sin estar muy seguro de dónde estás y qué hacer. Esto es la verdadera historia de un ‘souls’ y ‘Elden Ring’ la expresa en esencia. Una que no se esconde entre descripciones de objetos, sino que se desentraña como ese llanto antes mencionado, incapaz de poder explicarse con claridad.
Como caminantes del olvido y jinetes funerarios que no saben aún cómo se supone que traerán de nuevo la prosperidad al mundo, surgidos de una cripta oscura como si hubiera vuelto a nacer y con la incertidumbre sobre todo lo que existe, nos toca, entonces, encontrar esa respuesta.